miércoles, 13 de enero de 2010

La princesa y el sapo

Magnífica en su Mercedes SLK, apartando su flequillo en un gesto aparentemente inocente pero minuciosamente estudiado, añadiendo un poco más de belleza al cuadro completo, oculta su mirada por unas gafas Prada, perfecta en su juventud, la veo deslizarse a través de Villas del Mesón, casi flotando por el boulevar -palmeras, cesped recién podado- que me recuerda una imagen de otro país, casi otro planeta, ¿dónde?, si, Miami...parece como una imagen del cine, adorable, idolatrable, inalcanzable, como un icono medieval y vaya que si hubo iconoclastas también podemos haber iconofílicos... la veo desde mi pointer 98 HP y al dar la vuelta en la glorieta, de retorno a la ciudad, la rebaso sin mucho esfuerzo, tratando de captar una mínima atención, pero es inútil, no se apresura, ni siquiera parece verme, está más allá de pueriles competencias, es una unidad única mujer-máquina, indiferente al exterior, a los "otros"... conservo la delantera a través de la carretera de San Luis Potosí, de Juriquilla rumbo a Querétaro, la veo por el retrovisor, vamos al mismo ritmo y en ese equilibrio de velocidades pasamos por los pequeños altares en la cuneta, dedicados a los caídos en la más heroica de las acciones: cruzar la autopista de noche y sin pasos peatonales, y ahi estan, con flores de vez en vez, las cruces de metal que nos recuerdan los costos del progreso, las cuotas de la modernidad, en un espacio que une el campo y la ciudad en un mismo drama: mueren perros y personas en este camino metropolitano de alta velocidad. Llegamos por fin a la ciudad, ella aún detrás de mí, y el entorno gris y ruidoso de la zona industrial nos envuelve, ella se desvía por el Bernardo Quintana, yo sigo por la 5 de febrero, a mí el humo me sofoca, me invade, parece disolverme a mí y a mi coche en la misma polución gris urbana, y a pesar de todo, me siento feliz de llegar a mi charco.

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