miércoles, 7 de agosto de 2019

LA FELICIDAD EN TIEMPOS DEL TARDOCAPITALISMO


De vez en cuando surge, en conversaciones casuales o intencionadas, más de café que de fiesta, más de embriaguez que de sobriedad -como si fuese un fósil de tiempos antiguos- una curiosa palabrita, ya casi olvidada: la felicidad.

Y esto no se debe a que no la tomemos en cuenta, o a que no sepamos a qué se refiere, pero la felicidad parece ser tema de conversaciones profundas, como las que sostienen los enamorados proyectando su futuro, o los buenos amigos, generalmente en estado de penuria. El tema de la felicidad aparece en situaciones críticas, como cuando se rompe un lazo sentimental, cuando se toma una decisión fuerte (como dejar un trabajo o aceptar otro), cuando hay que cambiar, cuando hay que alejarse, cuando hay que desistir, cuando hay que arriesgarse, en suma, cuando hay que dar un giro de timón hacia algo, hacia el encuentro de un norte.

La felicidad plantea un horizonte, al que se aproxima esperanzado el viajero. El horizonte nunca se alcanza. La felicidad no se deriva del pasado, pertenece al futuro. La felicidad existe, sólo como felicidad futura. No decimos “¡qué bueno que fui feliz!”, porque no nos conforta lo ya pasado y porque expresar esto revelaría que ya no somos felices. Más bien pensamos: “¡cómo quisiera ser feliz!” Y por ello es la felicidad un concepto tan apasionante, porque el contexto en el que la mencionamos es siempre el de su ausencia, el de echarla en falta. La felicidad es invocada cuando advertimos que la estamos perdiendo como punto cardinal de nuestra brújula existencial.

Hace tiempo –no muchos años, en realidad- la felicidad estaba legítimamente asentada en entornos estables: la familia, la paz, el respeto, el trabajo, el honor, la fe. Actualmente, los contextos de la felicidad se han diluido –o más correctamente redefinido-: forman parte de una búsqueda personal de realización, de logros, de éxitos, de reconocimiento, pero a fin de cuentas, una búsqueda de tipo individual. En tiempos del tardocapitalismo, la búsqueda de la felicidad parece ser la tarea de un surfista tratando de sostenerse en las turbulentas olas de la incertidumbre y la complejidad.


En el Arte, la felicidad no es bien vista. Un artista feliz nunca ha sido interesante, una obra hecha en momentos de felicidad no nos permite ejercer la gran facultad que tenemos los modernos: compadecernos de alguien, empatizar con la tristeza, la angustia y el conflicto ajeno, es por ello que algunos de los artistas más célebres en la actualidad son Frida y Vincent Van Gogh. ¿Y qué hay de los artistas felices? No solamente no nos interesan, sino que incluso nos desagradan. Pensamos: "¿por qué tiene que restregarme este tipo su felicidad en la cara?" No interesa la felicidad ajena, sólo su desdicha.

A pesar de la dificultad para llegar a ella, la felicidad orienta nuestras vidas, mucho más en esta época que en cualquier otra. Tal vez la felicidad como tema de conversación aparece tan poco en nuestra vida “exterior” porque su presencia domina nuestra vida “interior”. Es nuestro secreto. No hay panorama de estabilidad, de seguridad, de certeza en esta ultramodernidad, pero existe una esperanza compartida por todos nosotros de llegar a la felicidad, la cual nos empuja a la aventura de vivir el día a día, de hacerlo con heroísmo, con el gusto del que se embarca en un viaje hacia lo desconocido -¡con suerte y encontramos a un igual! 

Tal vez Utopía no existe, pero ¿no es acaso excitante pensar que se está navegando hacia ella?

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